sábado, 27 de marzo de 2010

La Revolución Bolchevique y el Nuevo Orden Mundial (I)


Financiación de la Revolución Bolchevique.

Los orígenes más cercanos de este orden mundial esclavizante, que ya asoma la nariz, al que al aspiran estos financieros mundiales, a través de sus instituciones y de su influencia en los gobiernos de todo el mundo, se remontan a la implantación del Comunismo. Dichos planes se pusieron en marcha en las últimas décadas del siglo XIX.
Es en esa fecha donde podríamos establecer el primer intento, a gran escala o escala global, de implantar ese nuevo orden mundial que abrace a todo el planeta; una vez se dieron las condiciones óptimas para hacer efectivas las técnicas de manipulación y propaganda que se pondrían en marcha sobre la mayor parte de la población mundial.
En principio, estos planes se limitaban al mantenimiento del liderazgo económico internacional por parte de ciertos magnates capitalistas occidentales, encabezados por la dinastía de los Rockefeller. Pero con el tiempo los propósitos se ampliarían, además de hacia el control económico mundial, también hacia el control del poder socio-político global.
El comunismo y su expansión fue el primer intento globalizador de Rockefeller, y de grandes capitalistas americanos, con el objeto de hacerse con el monopolio de todos los recursos naturales de Rusia, que superaban en cantidad a los de cualquier otra nación del mundo, incluida, Estados Unidos. Para lograrlo, uno de sus principales colaboradores, George Kennan, pasó veinte años en Rusia -durante las últimas décadas del siglo XIX- promocionando la actividad revolucionaria contra el Zar y financiando la creación de organizaciones marxistas.
Siguiendo con la obra de Estulin, Rockefeller no era un adolescente idealista, ni un sindicalista convencido, el motivo tiene hoy la misma actualidad que hace 100 años: el petróleo. Rusia había superado a Estados Unidos como mayor productor de este combustible, antes de la Revolución Bolchevique. En 1900, sólo los campos rusos de Baku producían más petróleo crudo que todos los campos juntos de Estados Unidos y en 1902 más de la mitad de las extracciones mundiales eran rusas.
Un testimonio del Congreso de los Estados Unidos, de octubre de 1919, daba cuenta del apoyo que J. D. Rockefeller ofreció a Lenin y Trotsky en la primera fase de la Revolución Rusa que, aunque en un principio fracasó en 1905, su apoyo continuaría tras este primer fracaso. La Revolución Bolchevique no hubiera triunfado sin el apoyo de uno de los banqueros inversionistas de la familia Rockefeller y presidente de la empresa, ubicada en Nueva York, Kuhn Loeb & Co, Jacob Schiff quien, para más señas, fue fundador de la Reserva Federal. El comunismo en Rusia no hubiera tenido éxito sin la influencia de esta familia capitalista americana.
Según documentos reservados del Senado americano, en la primavera de 1917, Jacob Schiff empezó a financiar a Trostky para que la revolución socialista de Rusia prosperase, como finalmente ocurrió en 1917. El doctor Anthony Sutton, según explica en su libro Wall Street y la Revolución Bolchevique, encontró dichos documentos en un expediente del Departamento de Estado de los Estados Unidos (861.00/5339). El documento principal data del 13 de noviembre de 1918. Pero lo más sorprendente aún -algo habitual en Bilderberg es apoyar a uno y a su contrario- es que, en privado, Schiff estaba en contra del apoyo al régimen comunista y, de hecho, también financió a Japón en su guerra contra la expansión del comunismo en China a través de la mencionada multinacional americana. El investigador Daniel Estulin se basa en documentos reservados descubiertos por Sutton.

Durante el caos y la destrucción ocasionados por la revolución, se destruyó la industria petrolífera rusa. Según Sutton, en 1922 -término de la Revolución Rusa- la mitad de los pozos estaban parados y la otra mitad apenas funcionaba debido a la falta de tecnología para hacerlos productivos. Esta circunstancia favoreció a la empresa Standard Oil de los Rockefeller que así eliminó la competencia rusa, durante varios años, y pudo mover ficha a su antojo, quedándose con una parte sustancial del negocio del petróleo de aquel país.
A principios del siglo XX se pone en práctica un “diabólico plan de la banca para controlar entre bastidores el socialismo internacional”. Según Anthony Sutton se trataba del Plan Marburg y estuvo financiado por Andrew Carnegie, de la Fundación Carnegie, perteneciente al actual Bilderberg.
El objetivo de este plan, según relata Jennings C. Wise en su libro: “Woodrow Wilson: Disciple of Revolution” (Woodrow Wilson: Discípulo de la Revolución), era el de unificar a los “financieros y socialistas internacionales”, después de haber contribuído a la instauración del comunismo, para el beneficio monopolístico americano de las materias primas rusas, en un movimiento que diese lugar a la formación de una liga: La Liga de las Naciones, predecesora de la Sociedad de Naciones, que se convertiría en la precursora de la ONU. Jennings califica en su obra al, por entonces, presidente americano Woodrow Wilson de “discípulo” de los planificadores de aquella de Revolución en el país de los zares.
Se trataba de financieros “apolíticos y amorales”, en busca de mercados para explotar, monopolísticamente, sin miedo a la competencia las materias primas rusas. Rusia era un país inmenso cargado de recursos naturales y sin explotar hasta el punto de que, en Estados Unidos, se dice que sus presidentes y, sobre todo, los financieros de Wall Street, se ponían las manos en la cabeza cuando pensaban en su potencial, tanto desde el punto de vista industrial como financiero para Estados Unidos “si se dieran las condiciones”. Por lo que, avalados por el poderío económico, estos magnates las propiciaron.
Los planes económicos sobre Rusia pasaban, lógicamente, por la organización política del país. No obstante, como apuntamos anteriormente, la revolución fracasó en 1905, obligando a sus cabezas visibles a huir del país zarista. Lenin se refugiaría en Suiza, hasta 1917, protegido por millonarios capitalistas masones del Partido Social-Demócrata Suizo. Por su parte, Trostky se refugiaría en Francia, de donde sería expulsado por sus incendiarios artículos en un periódico parisino escrito en ruso.
Tras su expulsión viajó a España, donde reinaba Alfonso XIII, escoltado “educadamente” hasta la frontera, según Sutton. Días después, la policía de Madrid lo detuvo para internarlo en una “celda de primera clase” al precio de una peseta y media al día. Para esos años, el plan Murdog, urdido entre los financieros internacionales, para sufragar o subvencionar el socialismo internacional, había dado como resultado el nacimiento de numerosos partidos marxistas en, prácticamente, todos los continentes y, muy especialmente, en Europa.
Pero este primer fracaso propició la reacción de los banqueros americanos que, lejos de amedrentarse, incrementaron su apoyo a la Revolución “proletaria”, mientras condicionaban a la ruina al país ruso, incrementando el hambre y el descontento de sus habitantes.
Tras su estancia en Madrid, Trostky fue trasladado a Cádiz y posteriormente a Barcelona, donde embarcarían él y su familia a bordo del Montserrat, un vapor de la compañía Trasatlántica Española, con destino a Nueva York; donde desembarcaron el 13 de enero de 1917. Meses antes, en 1916, ante la insoportable situación política por la que atravesaba Rusia, propiciada por la propaganda de las organizaciones creadas por las élites capitalistas internacionales, el Zar abdicaría y un Gobierno provisional, sin influencia ni poder real se hizo cargo del país. Las inversiones de los magnates financieros comenzaban a dar sus frutos.
En Estados Unidos, sin pagar alquiler, Trotsky residió en Bayonne (Nueva Jersey), cerca de Nueva York, en una residencia de la Standard Oil propiedad de la familia Rockefeller. Como dato anecdótico decir que Trotsky participó, de figurante, en alguna película muda de Hollywood durante su breve estancia en el país norte-americano que, paradójicamente, era la cuna del capitalismo contra el que supuestamente lucharía en Rusia.
Finalmente, el 26 de Marzo de 1917, volvería a embarcar, en esta ocasión en el Kristianiafjord, para abandonar Nueva York con 10.000 dólares de la época -más de 100 mil dólares actuales- y con 300 revolucionarios comunistas, que serían los primeros miembros del Ejército Rojo creado por él posteriormente. El mismísimo Rockefeller correría con todos los gastos del viaje y pasaportes -uno especial para Trostky- a través del, por entonces, presidente americano Woodrow Wilson. También viajó en dicho barco un comunista americano, al servicio del magnate bancario estadounidense, llamado Lincloln Steffens, con el encargo de asegurar el regreso de Trotsky a Rusia sano y salvo.
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